jueves, 21 de febrero de 2008

Saturno Casín

Moal aparece pocas veces reflejado en la prensa, pero hay varios artículos relacionados con su gente o con el entorno en el que se encuentra y que poco a poco deseo ir mostrando.

El primero que quiero reflejar en esta serie, es uno relacionado con una gran persona, querido por todos los vecinos del pueblo y que nos dejó hace unos pocos años: Saturno de Casín. Saturno fue minero desde temprana edad, y dentro de la mina fue donde contrajo la silicosis que arrastró toda su vida y que al final pudo con él; tambien fue conductor de carroceta, cazador, ganadero o agricultor, pero la profesión que más practicó fue la de ser amigo de todo el mundo, por eso su casa nunca necesitó puertas porque siempre las encontrabas abiertas.

Entre los amigos de Saturno se encontraba el profesor José Luis Magro, que le dedicó un artículo de opinión en el periódico La Nueva España, el día 23 de febrero de 2005, y que seguidamente paso a reproducir:


¡Satur: que estas palabras sean memoria y recuerdo agradecido!

JOSÉ LUIS MAGRO

Pocos «cantaderos» de faisán -urogallo- van quedando por Muniellos, pero más escasos son aún los que tuvieron la suerte de deleitarse oyendo sus reclamos amorosos con las primeras luces del alba.

Había que emboscarse durante la oscuridad de la noche para que el faisán se acercase a celebrar sus nupcias sin el temor que siempre genera la mera percepción de la silueta humana. Ya sé que por los años cincuenta del siglo pasado vigilabais con desvelo, tu padre y tú, los lugares donde el faisán gorjeaba para que después el «señoritu» de turno pudiera pegarle el tiro de gracia sin muchos quebrantos y madrugones. Pensando que se llevaba lo más preciado del trofeo, os entregaba, en su soberbiosa ignorancia, lo mejor del mismo: el haber podido contemplarlo en todo su esplendor y belleza durante esas interminables madrugadas preñadas de celos, exhibiciones y reclamos amorosos.

Los humanos hemos pasado de animales sociales inmersos en la naturaleza a meros seres de consumo. Somos cada vez más cultura a secas, y por eso ignoramos y masacramos la naturaleza. Pasar unas horas contigo, Satur, entre Moal y Muniellos, era revivir sabores y saberes de infancia. Alma, corazón y vida sintonizaban con los majestuosos carbayones, hayedos, abedules, tejos y acebos, reyes estos últimos de Muniellos por el perenne verdor de sus hojas y el manto bermejo de sus frutos. Derramabas una bondad biológica y ancestral como los arándanos que ofrecen sus frutos sin demandar jamás recompensa alguna. La casa de Pilar (mamá) y Satur era como una especie autóctona de ribera más junto al avellano, el serbal y el boj. ¡Gracias Amelia por haberme guiado hasta ella! Tú ahora, Satur, quédate tranquilo, pues debes saber que tu «mamá», aun con el dolor que la muerte de un hijo conlleva, mantiene vigorosas las raíces que siempre la unieron a su madre tierra de Moal.

Silencio y sigilo, viento y olfato, intuición y susurros te permitían descifrar y desentrañar ese libro de la naturaleza que, abierto en teoría para todos, casi ninguno sabe leer ni interpretar. Gracias Satur, porque sin ser perito, ingeniero forestal, técnico del Principado o ecologista militante, nos obsequiaste, tanto a mi familia como a todos los que hasta ti se acercaban, con las mejores lecciones de amor, respeto y conocimiento de la vida exuberante que derraman Muniellos y sus contornos.

Muchas horas de tus años mozos las pasaste entre amaneceres y anocheceres situándote a la contra del viento para que el receloso y ágil corzo no se percatase de tu presencia, o siguiendo las huellas de la glotona piara de jabalíes que la noche anterior habían socavado los cultivos. Aprendiste a cazar la pieza codiciada sin ser cazado por el guarda. Las dos artes son difíciles, pero la segunda es propia de los dioses inmortales.

Pasados los años el cazador fue cazado, pero no por los guardas, sino por el embrujo y la magia de los mismos animales que tantas veces se adelantaron a tus intenciones. Conforme el vigor de tus músculos iban debilitándose por la traidora silicosis, seguían acrecentándose tus ansias de compartir. Siempre hablaste con orgullo y amor de tus sobrinas y sobrinos, pero en tus últimos años una lágrima furtiva permitía vislumbrar la hondura de tus sentimientos.

Ante tanta lisonja y alabanzas vanas como ahora se prodigan, vaya este sentido testimonio de reconocimiento para quien siempre fue un amigo fiel y bueno con todos los que tuvimos la suerte de conocerte y quererte.

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