domingo, 10 de octubre de 2010

Mi primera excursión

A raíz de la publicación de la entrada anterior, relativa al cierre de la escuela de Moal, he recibido entre otros un correo de David, seguidor del blog, pero sobre todo amigo desde la infancia, que con su permiso paso a transcribir:

"Jose: tu interesante y certera información acerca de la escuela de Moal me trajo a la memoria este pequeño relato que escribí un día al recordarla. Todo en él es cierto, incluido lo de Dorotea que me sorprendió visitándome en Corias y llevándome no sé qué regalo. Igual te acuerdas de aquella excursión. Yo la recuerdo vagamente pero para mí, en aquellos tiempos, fue como ir a América.
Estado actual de la escuela de Moal
Tal vez nos pongamos excesivamente nostálgicos con el recuerdo de nuestro pueblo pero también es una  forma de evitar que se muera. Un abrazo. David."

 El relato que me remite David es el siguiente:


MI PRIMERA EXCURSIÓN.-

            Es todo bastante confuso y si  lo posase sobre una balanza de pesar recuerdos, apenas si alcanzaría para tres imágenes en mi memoria. Sin embargo, el paso del tiempo y con ello  miles de vivencias,  no ha podido borrarlo de mi mente y tampoco ha podido sustituirlo.
David con la familia y amigos en las lagunas
         Andaría yo por los 6 ó 7 años y una maestra joven, creo, sustituyó a otra mayor que usaba varas flexibles de avellano como herramienta de apoyo en la labor de la enseñanza, no siempre sin razón, pues la labor de bregar una sola persona con treinta y tantos alumnos entre los cinco y los catorce años y conseguir, como lo hacía, que algo quedara en nuestros cerebros, bien justificaba alguna ayuda adicional. Pero ni siquiera esto es seguro y tal vez los hechos tuvieron como protagonista a la primera maestra, lo cual, no tiene mayor importancia para lo que se contará , pero, por si acaso, no quiero quitarle mérito a quien recibió muchas críticas por sus métodos y carácter pero, por otra parte, recuerdo con especial cariño porque sé que vivía su profesión con dedicación, profesionalidad y cariño. Así me lo demostró años más tarde cuando ya jubilada me visitó en el colegio donde yo estudiaba y en el que ella, sin yo saberlo por entonces, había hecho gestiones para facilitar mi ingreso. Había intuido que podía seguir estudios, lo que por entonces no era fácil e hizo muchas cosas para que así fuera. Ya no es posible pero me gustaría que supiera que lo recuerdo con admiración y agradecimiento .Como ya se dijo, un día, ya jubilada, apareció por el colegio y preguntó por mí y por mi rendimiento. Apenas si nos cruzamos cuatro palabras. Ahora sé porqué lo hizo y sé que era una MAESTRA.
Tres de los actuales alumnos de Moal
          Bien fuese la primera o la segunda, el caso es que la maestra organizó una excursión de la escuela de mi pueblo. Era por primavera y se trataba de visitar el pueblo limítrofe que dista entre 2 y 3 kilómetros monte arriba. Para muchos de nosotros era la salida más lejana de nuestras casas que habíamos vivido. Los nervios, la excitación por la aventura y el cambio de rutina eran extraordinarios. Nuestra madres nos prepararon la comida para la jornada, que transportábamos en unas bolsas cosidas con trapos sobrantes y que se llevaban colgadas al hombro:” las fardelas.” No sabría recordar en qué consistía pero el recuerdo, aunque difuminado,  dice que era gloria.

       La salida fue de mañana, por la fresca, y  el camino transcurría a la sombra de castaños y avellanos, donde los había. Olía a fresco y corríamos, nos escondíamos; los pequeños simulábamos ser animales salvajes  y demostrábamos nuestra fiereza con saltos, carreras y gritos.

        Recuerdo la comida al lado de una fuente en medio del pueblo que visitamos (Oballo) y a mi mente, siempre que evoco este suceso, acude el sonido y la transparencia de aquella agua. Ese es mi recuerdo más intenso, junto a una sensación de alegría plena. A veces creo que también acudimos a  la escuela del pueblo Nada más.
Otra fotografía con los alumnos de Moal
           Con el pasar de los años y, muchas veces en función de mi profesión de profesor, he realizado excursiones a diferentes lugares, algunos en el extranjero. Ninguna de ellas ha sido capaz de aproximarse a la intensidad de aquella en cuanto a emotividad y pervivencia. Su simplicidad me dice mucho de lo complejo y lo sencillo de la vida y de la felicidad misma. Me ayuda a comprenderme, a saber porqué soy como soy y me emociono con ese tiempo sencillo y humilde que no volverá y que, en el fondo, añoro. Cuando lo analizo me entiendo mejor y sé porqué me angustian los viajes largos, porqué siempre quiero volver a mi pueblo de 100 personas, porqué me quedo mirando a los mismos árboles que no han cambiado en cincuenta años.  Ahora empiezo a ver que soy hombre de pequeñas empresas, de pequeños logros, de pequeños pueblos, de viajes cortos…

* He de reconocer que mi memoria es más frágil  de lo que yo quisiera y que mis recuerdos de la excursión a Oballo  son muy imprecisos y ambiguos, por lo que nada puedo aportar a lo descrito por David. Prueba de mi "desmemoria" es que las fotografías de los niños de Moal que actualmente acuden al colegio, las había copiado en un USB Pendrive cuando estuve por el pueblo y en la entrada  anterior no me acordé de dicha circunstancia, por lo que ahora aprovecho para publicarlas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un entrañable relato David.En la vida la primera vez en todo es la que más se recuerda por sencilla que sea la vivencia.Un saludo.MªCarmen de Mingo.

Anónimo dijo...

david nos haces recordar a todos un poco esas escursiones,cuando la maestra nos decia, hoy salimos al campo a dar la clase, que nervios, como nos acordamos de todo eso,ojala nuestros nietos pudieran tambien estar en estas escuelas,quidria decir qie sus padres tendrian trabajo aqui, pero enfin,la vida cambia mucho,un saludo pa todos.Telvi

Jose de Mingo dijo...

Moal es un pueblo en el que todo se tiene al alcance de la mano o mejor dicho a golpe de vista, pues es fácil identificar a cualquier persona (conocida) que se encuentre en nuestro punto de mira. Tal vez por éllo, siempre soñé con conocer lo que se encontraba un poco más lejos de lo que alcanzaba con la mirada y el primer viaje que me dejó huella -además de los que hacía con mi madre a su casa de Posada de Rengos- fue una vez que mi padre me bajó al dentista a Cangas. Tendría unos 8 años y la idea que me quedó grabada de la villa era totalmente distorsionada, al pensar durante mucho tiempo que sus calles estaban orientadas hacia el Acebo en lugar de, como realmente están, hacia los ríos Narcea y Naviego.
Otro momento especial fue mi primera salida de Asturias. Tenía 16 años y la juventud de Moal en cuanto cumplía los 18 sacaba el carnet de conducir y compraba un coche. Fue sólo hasta Villablino, pero para uno que tenía dos hermanos que habían nacido en Madrid y que habían recorrido y visitado por su mayor edad muchos más lugares que yo, esa escapada a tierras leonesas fue todo un acontecimiento.
Ahora que llevo muchos años lejos de Moal y que he viajado un poco por el mundo es, como dice David, cuando me gusta volver a mi pequeño pueblo de 100 habitantes y recrearme con su gente y su paisaje.

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