Igualmente puso en marcha en 1990 la maratón de futbol-sala, que reunía en Ibias a équipos de futbol-sala de Asturias, León y Galicia. Pues bien, Moal participó con su équipo durante varios años en esas jornadas deportivas que se desarrollaban en el vecino concejo y del cual sólo nos separa el puerto del Connio o el monte de Muniellos.
Carretera del Connio desde Moal
TRIBUNA
LA NUEVA ESPAÑA 35
LUIS FELIPE FERNANDEZ
Hace pocas fechas la Vuelta pasó por San Antolín de Ibias. Por primera vez en la historia del municipio, la carrera ciclista más importante de España visitó ese querido y entrañable rincón del suroccidente asturiano.
Y lo hizo atravesando la carretera más emblemática de todas, la carretera más representativa de Ibias y de los ibienses. Lo hizo subiendo el puerto que durante décadas marcó el devenir de numerosas generaciones de los habitantes de ese concejo. Me refiero, claro está, al puerto del Connio.
Desde luego, el Connio es un puerto largo, difícil, duro a la vez que prometedor. Porque mientras fue la principal vía de entrada y salida del concejo (hasta la reciente inauguración de los nuevos accesos por el Pozo de las Mujeres Muertas), representaba especialmente la comunicación, el contacto entre ese mundo íntimo que es Ibias con esa promesa de amplios horizontes culturales, sociales, económicos, que es el resto de Asturias, el resto de España...
Familia Mingo en el Connio (1986)
Por eso durante el desarrollo de la carrera por esa estrecha y serpenteante carretera intenté imaginar cuales señan las sensaciones de los ciclistas durante el transcurso de la etapa. Me preguntaba si les invadió algún sentimiento especial mientras pedaleaban, entre curva y curva. O si, por el contrario, para ellos se trataba de un puerto más, entre los muchos que deben escalar, ajenos por completo a las historias que encierra en la vida de la gente que lo atravesó cientos, miles de veces a lo largo de los años. No dejaba de darle vueltas a si les habría sugerido algo la pronunciada curva de El Esgobio que marca, una vez pasado Cecos, un giro radical a la carretera.
Si tuvieron oportunidad de ver la localidad de Centenales, a la izquierda de la marcha, durmiendo plácidamente pues apenas le queda un vecino. O si fueron conscientes de que casi sobrevolaron el pueblo de Valdebois, perdido en el fondo del valle; donde todavía es posible oír cantar al urogallo. Y ya camino de la cima, con la pendiente más suave, si percibieron que estaban a la altura de Peña Velosa, en el borde de la reserva de Muniellos. Me invadía la duda de si al coronar el puerto e iniciar el descenso en dirección a Moal se habrían detenido un instante en A Mesa (en el bar El Refugio), para tomarse un trago de agua después del esfuerzo realizado y así recuperar fuerzas para el resto de la jornada....
Campera y acebos al lado del Refugio
Al margen de estos interrogantes (cuyas respuestas jamás podré averiguar) de lo que no me quedó duda alguna fue de lo privilegiados que fueron los corredores, a pesar del sacrificio realizado, en su discurrir por la montaña. Acompañados de todas las medidas de seguridad, de los coches de apoyo, de la Guardia Civil de Tráfico para asegurarles que la carretera estuviera despejada, del helicóptero vigilándoles desde el aire, de las cámaras de televisión para informar de todo lo que sucedía al instante...
Al tiempo que recuperaba en mi memoria, con profunda nostalgia, la huella que en mí ha quedado de todos esos emblemáticos escenarios después de haberlos recorrido en innumerables ocasiones durante más de veinte años, no pude evitar que me viniera a la cabeza la imagen de todas las gentes de Ibias, que no tuvieron más alternativa que disputar de forma anónima un sinfín de etapas de ida y vuelta por las sinuosas y difíciles curvas del Connio para participar en esa carrera diaria que es la vida misma.
Recordé las duras etapas que tuvieron que librar los mineros que cada día acudían a las minas de Cangas del Narcea. Etapas diarias luchando con la nieve, con la incertidumbre de si alcanzarían la meta. Con la necesidad de llegar al trabajo, ya que en caso contrario les descontaban la jornada completa de su sueldo. Me acordé de los carteros que diariamente se desplazaban a Cangas del Narcea a buscar la correspondencia en medio de las inclemencias meteorológicas, luchando ante la adversidad. Arriesgándolo todo, con tal de que las cartas acudiesen puntualmente a su cita con sus destinatarios. Y del conductor del autobús que cada mañana y cada tarde servía como único enlace del transporte público con la capital del concejo, que viajaba con la lógica preocupación de no encontrarse a lo largo de la ruta con otro vehículo que le impidiese continuar la marcha, ante la estrechez de la carretera. Recordé con gran emoción y afecto a los escolares del Colegio Aurelio Menéndez acostumbrados, para conocer el mundo exterior, a soportar el mareo provocado por tanta y tanta curva, y a sufrir la notable decepción que les invadía tras la suspensión de un desplazamiento debido al mal tiempo; o a los enfermos que tenían que ser evacuados en la ambulancia, que independientemente de la gravedad del paciente no podía aumentar su velocidad por la dificultad de la carretera...
Curvas en la carretera de Ibias (al fondo Moal)
Me acordé en definitiva de todos los vecinos y vecinas de Ibias, verdaderos corredores de fondo, tantos y tantos años condicionados por las malas comunicaciones; con la obligación de desplazarse por el puerto en la más absoluta soledad, ante el silencio y el olvido de los responsables políticos. Me di cuenta entonces de lo afortunados que habían sido los ciclistas, pues para una vez que les tocaba ascenderlo, lo habían podido hacer en olor de multitudes y tratados como auténticos campeones.
Así que por último pensé: si las cámaras de televisión hubiesen retransmitido en directo, del mismo modo que una carrera ciclista, alguna de las etapas cotidianas que tuvieron que disputar los ibienses por el Connio, toda la sociedad asturiana se daría realmente cuenta de que los auténticos campeones no son los ciclistas por subirlo un día; sino los ciudadanos de Ibias por subirlo reiteradamente durante décadas, sin protagonismo alguno y sin recibir ninguna recompensa por tan callado esfuerzo.
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