martes, 26 de octubre de 2010

El cura de Moal

En muchos lugares de la España rural primó durante los siglos pasados la figura del mayorazgo o muirazo, es decir, la del varón primogénito que se le reconoce el derecho a heredar las posesiones que tuviera  la casa, con el fin de no repartir unas tierras que por lo general eran minifundios, y así poder perpetuar la propiedad en la familia y hacerla medianamente rentable. Este hecho obligaba al resto de los hermanos a buscarse otra forma de vida fuera del hogar familiar, siendo muchos los que optaban por hacerse curas o ingresar en el ejército. 

El cura de Vega con los novios (Amelia y Delfín) e invitados
Moal no es una excepción en cuanto a lo de los muirazos, pero si en que los hermanos buscasen una salida profesional en la vida militar o eclesiástica. Tal es así, que si preguntásmos a los vecinos del pueblo si conocen a algún antepasado que haya elegido ser cura o militar contestarían con casi total seguridad que no, y estarían incurriendo en un error histórico. 
Solicitud examen de abogado
Hay que examinar los registros del Archivo Histórico Nacional y más  concretamente del Consejo de Castilla, para comprobar que en el mismo figura una petición de Francisco Antonio Fernández de Soelmonte,  presbítero natural de Moal, perteneciente a la diócesis de Oviedo, en el que solicita el título de abogado.
Cura oficiando el enlace de Mesa y Luisa
Así que, aunque nos parezca extraño, Moal fue el lugar de nacimiento de un cura, si bien  para saber de su existencia nos tenemos que remontar a mediados del siglo XVIII. No son muchos los datos que aporta la documentación que conseguí sobre Francisco Antonio y además es difícil su transcripción, pues el léxico y la escritura utilizada ha variado mucho desde la fecha en que fueron confeccionados los documentos, allá por el año 1748, hasta nuestros días. No obstante, de los datos recabados se puede afirmar que se graduó bachiller por la universidad de Salamanca en el año 1733 y que entre diciembre de 1743 y febrero de 1748 asistió a la pasantía que tenía en Madrid el Licenciado Fernando Magaña de la Hoya, con el fin de seguir estudios de derecho, los cuales realiza con total aprovechamiento y aplicación, según certificación emitida al respecto. El día 30 de marzo de 1748 solicita el título de abogado, desconociendo a partir de dicha fecha los pasos que siguió el docto moalés.

domingo, 10 de octubre de 2010

Mi primera excursión

A raíz de la publicación de la entrada anterior, relativa al cierre de la escuela de Moal, he recibido entre otros un correo de David, seguidor del blog, pero sobre todo amigo desde la infancia, que con su permiso paso a transcribir:

"Jose: tu interesante y certera información acerca de la escuela de Moal me trajo a la memoria este pequeño relato que escribí un día al recordarla. Todo en él es cierto, incluido lo de Dorotea que me sorprendió visitándome en Corias y llevándome no sé qué regalo. Igual te acuerdas de aquella excursión. Yo la recuerdo vagamente pero para mí, en aquellos tiempos, fue como ir a América.
Estado actual de la escuela de Moal
Tal vez nos pongamos excesivamente nostálgicos con el recuerdo de nuestro pueblo pero también es una  forma de evitar que se muera. Un abrazo. David."

 El relato que me remite David es el siguiente:


MI PRIMERA EXCURSIÓN.-

            Es todo bastante confuso y si  lo posase sobre una balanza de pesar recuerdos, apenas si alcanzaría para tres imágenes en mi memoria. Sin embargo, el paso del tiempo y con ello  miles de vivencias,  no ha podido borrarlo de mi mente y tampoco ha podido sustituirlo.
David con la familia y amigos en las lagunas
         Andaría yo por los 6 ó 7 años y una maestra joven, creo, sustituyó a otra mayor que usaba varas flexibles de avellano como herramienta de apoyo en la labor de la enseñanza, no siempre sin razón, pues la labor de bregar una sola persona con treinta y tantos alumnos entre los cinco y los catorce años y conseguir, como lo hacía, que algo quedara en nuestros cerebros, bien justificaba alguna ayuda adicional. Pero ni siquiera esto es seguro y tal vez los hechos tuvieron como protagonista a la primera maestra, lo cual, no tiene mayor importancia para lo que se contará , pero, por si acaso, no quiero quitarle mérito a quien recibió muchas críticas por sus métodos y carácter pero, por otra parte, recuerdo con especial cariño porque sé que vivía su profesión con dedicación, profesionalidad y cariño. Así me lo demostró años más tarde cuando ya jubilada me visitó en el colegio donde yo estudiaba y en el que ella, sin yo saberlo por entonces, había hecho gestiones para facilitar mi ingreso. Había intuido que podía seguir estudios, lo que por entonces no era fácil e hizo muchas cosas para que así fuera. Ya no es posible pero me gustaría que supiera que lo recuerdo con admiración y agradecimiento .Como ya se dijo, un día, ya jubilada, apareció por el colegio y preguntó por mí y por mi rendimiento. Apenas si nos cruzamos cuatro palabras. Ahora sé porqué lo hizo y sé que era una MAESTRA.
Tres de los actuales alumnos de Moal
          Bien fuese la primera o la segunda, el caso es que la maestra organizó una excursión de la escuela de mi pueblo. Era por primavera y se trataba de visitar el pueblo limítrofe que dista entre 2 y 3 kilómetros monte arriba. Para muchos de nosotros era la salida más lejana de nuestras casas que habíamos vivido. Los nervios, la excitación por la aventura y el cambio de rutina eran extraordinarios. Nuestra madres nos prepararon la comida para la jornada, que transportábamos en unas bolsas cosidas con trapos sobrantes y que se llevaban colgadas al hombro:” las fardelas.” No sabría recordar en qué consistía pero el recuerdo, aunque difuminado,  dice que era gloria.

       La salida fue de mañana, por la fresca, y  el camino transcurría a la sombra de castaños y avellanos, donde los había. Olía a fresco y corríamos, nos escondíamos; los pequeños simulábamos ser animales salvajes  y demostrábamos nuestra fiereza con saltos, carreras y gritos.

        Recuerdo la comida al lado de una fuente en medio del pueblo que visitamos (Oballo) y a mi mente, siempre que evoco este suceso, acude el sonido y la transparencia de aquella agua. Ese es mi recuerdo más intenso, junto a una sensación de alegría plena. A veces creo que también acudimos a  la escuela del pueblo Nada más.
Otra fotografía con los alumnos de Moal
           Con el pasar de los años y, muchas veces en función de mi profesión de profesor, he realizado excursiones a diferentes lugares, algunos en el extranjero. Ninguna de ellas ha sido capaz de aproximarse a la intensidad de aquella en cuanto a emotividad y pervivencia. Su simplicidad me dice mucho de lo complejo y lo sencillo de la vida y de la felicidad misma. Me ayuda a comprenderme, a saber porqué soy como soy y me emociono con ese tiempo sencillo y humilde que no volverá y que, en el fondo, añoro. Cuando lo analizo me entiendo mejor y sé porqué me angustian los viajes largos, porqué siempre quiero volver a mi pueblo de 100 personas, porqué me quedo mirando a los mismos árboles que no han cambiado en cincuenta años.  Ahora empiezo a ver que soy hombre de pequeñas empresas, de pequeños logros, de pequeños pueblos, de viajes cortos…

* He de reconocer que mi memoria es más frágil  de lo que yo quisiera y que mis recuerdos de la excursión a Oballo  son muy imprecisos y ambiguos, por lo que nada puedo aportar a lo descrito por David. Prueba de mi "desmemoria" es que las fotografías de los niños de Moal que actualmente acuden al colegio, las había copiado en un USB Pendrive cuando estuve por el pueblo y en la entrada  anterior no me acordé de dicha circunstancia, por lo que ahora aprovecho para publicarlas.

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